El nacimiento del turista virtual

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Gafas digitales; un casco provisto de cámara, micrófono y auriculares; suelas con sensores, y un ordenador a la espalda. Así armados recorren el barrio medieval de Sant Alban, a orillas del Rin.

Sant Alban es un espacio singular, de serenidad y belleza. Históricamente, esta zona fue elegida como barrio residencial por la naciente burguesía asociada a las industrias química y farmacéutica que aún hoy hacen la fama y la fortuna de Basilea (junto al comercio y la difusión del arte, como demuestra la feria que del 15 al 20 de junio pone patas arriba la ciudad). Aún más atrás en la historia encontramos en este barrio las primeras fábricas de papel, del siglo XII, y la abadía cluniacense de Sant Alban, originalmente construida en el siglo VIII y cuya forma actual data de 1270. Su cementerio es el más antiguo de Basilea.

Es en este marco medieval, más propio de El nombre de la rosa que de microchips y GPS, donde dos artistas han decidido llevar adelante su proyecto Life Clipper. Se trata de Jan Torpus, creador suizo formado en la Escuela Massana de Barcelona, y del alemán Nickolas Neecke, asociados a la galería de arte de vanguardia y nuevas tecnologías Plug-In.

¿Qué es Life Clipper? Un proyecto de visita virtual inédito, abierto a toda persona interesada y que tiene una duración aproximada de 45 minutos en los que el visitante realiza un recorrido a pie por el barrio equipado con toda la parafernalia de que hablábamos al principio. Dado lo aparatoso de la caminata en estas condiciones, se impone un acompañante que hace de lazarillo hasta que los sentidos se acostumbren a ver el mundo a través de Life Clipper. El programa es enteramente interactivo, por lo que basta mirar un monumento o una iglesia para que se ponga en marcha. Las imágenes reales van a superponerse a las imágenes soñadas por los artistas, programadas en el ordenador y proyectadas en los visores.

Una vez situado en la orilla del río, el visitante comienza su paseo acompañado por ruidos de agua y chapoteos provocados por los sensores en sus pies. Entonces se produce la primera sorpresa: una perspectiva jamás vista del legendario río, en la que la corriente discurre en un entorno de nubes moradas o sepia. Como si el Rin fluyera por el cielo. La percepción del espacio y del tiempo se van alterando poco a poco durante el paseo. Inmensas bolas doradas convierten la realidad en un juego plástico con el fondo de las casas de Sant Alban, tres guardias vestidos de época hacen la ronda en las murallas medievales convirtiéndose en inesperados acompañantes del turista cibernético, un tecno furioso acompaña imágenes de síntesis que hacen pensar en videoclips de última generación, en un giro inesperado un hombre con paraguas viene hacia el turista y lo mira, y en el cementerio suena música de órgano y aparece una cara de un monje en tonos azules.

El sistema funciona relacionado con dos GPS que disparan las acciones que ve y oye el visitante a medida que éste entra y sale de las zonas previamente designadas, aunque el turista es libre de elegir el orden y los tiempos de la visita. Los lugares elegidos son: las orillas del Rin, las murallas medievales del siglo XI, el Museo del Papel y el cementerio e iglesia de Sant Alban.

Torpus comenta que «este proyecto es único en su género», y que, aunque su tecnología ha sido utilizada en ciertos videojuegos en la India, China o Japón, «jamás ha sido utilizada en un contexto turístico-cultural». El creador destaca el curioso hecho de que todos los elementos que conforman Life Clipper están en el mercado al alcance de cualquiera, sólo que aparentemente a nadie se le había ocurrido aún combinarlos de esta manera. El software de base se llama MAX/MSP y ha sido desarrollado por los discípulos del compositor y director de orquesta Pierre Boulez en el IRCAM, el legendario Instituto de Coordinación e Investigación Acústica y Musical de París. Hoy, Jan Torpus es profesor de Nuevos Medios en la Universidad de Ciencias Aplicadas de Basilea.

«El cielo es azul por una convención…, pero en realidad es rojo», decía el artista Alberto Giacometti. Los creadores de Life Clipper parecen haber tomado ese manifiesto al pie de la letra.


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